viernes, 18 de abril de 2014

Pequeño monólogo a modo observación sobre los días que se van.

-Y pensar que hay gente que duerme de noche, ¿me podés creer?
Justo en ese momento en el que el alma empieza a desperezarse resulta que uno tiene que descansar porque en unas horas suena la alarma que nos mantiene cautivos.
A estas veredas no les queda bien el sol, que querés que te diga, si, ya sé, muy linda la tarde soleada, la morocha de allá enfrente y demás, pero acá faltan los otros, los que no saben donde van.
Con el sol de buchón se llega a cualquier lado, las horas pasan correctas, las tardes se dejan apilar.
Los recuerdos visten la ropa de la noche.
Miralos, llevan sus vidas a cuestas, repetidos a montones ¿ves que idénticos son?
Se perfuman y todo, se esconden entre abrigos y van, otra vez lo mismo.
Lo curioso es que en su interior solo esperan que el día se vaya y así volver a empezar.
La noche prefiere encontrarnos en un poema, en un texto a corregir, en una canción a terminar, en aquellos discos entre copas, en los pasos perdidos al atravesar los pasillos de una ausencia.


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