Entrar a la habitación espiral por donde mejor merezca la
ocasión.
En algún cajón de la médula deben estar la bicicleta azul y las
bolitas japonesas.
Si se busca con atención devota, en los recovecos de la
tráquea aparecerá el aroma de una cena de invierno, las interminables
escondidas, una sonrisa pícara y la angustia por una pelota pinchada.
De tanto investigar con entusiasmo pueril, en viejas bolsas
guardadas en el esternón se verán intactos cuadernos llenos de sueños y un
atardecer naranja en una vereda a terminar.
Al revolver en el ropero del cerebro se repasarán tardes en el mar y el perfume tenaz de un amor inconcluso.