viernes, 17 de mayo de 2013

La posibilidad del instante

Te busco en las vidrieras, en el letrero del negocio de la esquina, en los ruidos de tacos, en mis manos vacías.
Te busco en mi campera, en el silencio de la madrugada, en la llegada del sol.
Te busco en el sonido, en la espera taciturna, en la mueca del presente.
Te busco en mi mejilla y en mi sombra reconozco tu sonrisa.
Te busco en el poema, en el perfume de las flores encendidas, en cada estación.
Te busco en los misterios, en las cosas que no digo, debajo de mi cama, en los hasta después.
Te busco en mis cosquillas, en los sobres de las cartas no escritas, en los ruidos del pasillo. 
Te busco en miradas ajenas, en la posibilidad del instante.
Y en verdad estarás en tu ciudad, abrigada y maldiciendo la descortesía del invierno, calentando café para escaparle a un mal sueño. 
Me recordarás en silencio, mientras un sorbo caliente te devuelve al orden natural de los días. 
Y yo vuelvo a buscarte en mi barrio favorito. 

martes, 14 de mayo de 2013

Los indiferentes

Los indiferentes no tienen tiempo para detenerse y mirar a los costados.
Los indiferentes desconfían de las voces no escuchadas.
Prefieren andar descalzos y esperar el invierno, sin tanto reclamo emergente.
A los indiferentes no se los convence con poemas de vagón y copas a medio tomar.
Los indiferentes despotrican los dolores del pasado, ignorándote.
Se bastan de ellos mismos, pasan el hambre de sus faltas.
Los indiferentes se aburren rápido, esperan poco, pretenden nada.
Se exilian de preguntas, confunden las respuestas.
Los indiferentes no escriben a nadie, siquiera a su esperanza.
Coleccionan suspiros fatigados, platos fríos, llamadas perdidas.
Los indiferentes son lo que no esperabas.
No abrazan por no perdonar, no sienten por no permitir.
No llaman por no escuchar, no mienten por no pedir.
Van despacio para tropezarse.
Los indiferentes, mezclados en la gente, junto a vos, camino a la estación.



viernes, 3 de mayo de 2013

Frontera

Ojo a ojo.
Gota a gota.
Voz a voz.
De la clandestinidad de la ausencia
al murmullo del silencio.
El suplicio tentador de las vocales.
El infierno multicolor de la mirada.

jueves, 2 de mayo de 2013

La resistencia



Cuando somos sensibles, cuando nuestros poros no están cubiertos de las implacables capas, la cercanía con la presencia humana nos sacude, nos alienta, comprendemos que es el otro quien siempre nos salva. Y si hemos llegado a la edad que tenemos es por que otros nos han ido salvando la vida, incesantemente.
A los años que tengo hoy, puedo decir, dolorosamente, que toda vez que nos hemos perdido un encuentro humano algo quedó atrofiado en nosotros, o quebrado. Muchas veces somos incapaces de un genuino encuentro porque sólo reconocemos a los otros en la medida que definen nuestro ser y nuestro modo de sentir, o que nos son propicios a nuestros proyectos. Uno no puede detenerse en un encuentro porque está atestado de trabajos, de tramites, de ambiciones. Y porque la magnitud de la ciudad nos supera. Entonces el otro ser humano no nos llega, no lo vemos. Está más a nuestro alcance un desconocido con el que hablamos a través de la computadora.
En la calle, en los negocios, en los infinitos trámites, uno sabe -abstractamente- que está tratando con seres humanos, pero en lo concreto tratamos a los demás como a otros tantos servidores informáticos o funcionales. No vivimos esta relación de modo afectivo, como si tuviésemos una capa de protección contra los acontecimientos humanos “desviantes” de la atención. Los otros nos molestan, nos hacen perder el tiempo. Lo que deja al hombre espantosamente solo, como si en medio de tantas personas, o por ello mismo, cundiera el autismo.

Ernesto Sábato.