lunes, 15 de julio de 2013

Aire



No es tanto lo que pido, solo poder abrazarla, tomarla de la mano, caminar por su barrio, distraídos del mundo.

martes, 2 de julio de 2013

Miradas vacías



 En un barrio cercano a la Capital están pasando cosas raras.
 Los adolescentes han dejado de lado el orgullo de ganarle a los de la otra cuadra en el picado, para comentar en un cuarto sin luces y sin rastros, la media compañía de un amigo por llegar, compañía que no será completa porque perderán su breve lapso de tiempo juntos comentando en ese mismo vacío lo que suponen hacer.
También sucede en personas mayores de la zona que han tomado el hábito de mostrar la intimidad de una cena de amigos, o mejor aún, unas merecidas vacaciones a quien se disponga a verlo, invitando amablemente a quien desee, a formar parte del asunto sin probar bocado o quemarse al sol.
Los que entienden del asunto juran haber visto en un Restaurant de la avenida que lleva a Castelar a dos adolescentes tardías que en su afán por responder a la brevedad una mención agradable, perdieron la vista en sus celulares y la posibilidad de disfrutar el momento juntas.
Ya no se escucha en los atardeceres el golpe de una cortina por un pelotazo o el "¡pica fulano!" a un pobre amanecido que no se apioló a tiempo de buscar un mejor escondite.
No importa si la Tía del interior no puede acceder, las fotos están a disponibilidad de cualquier amigo, porque cuando de amistad se trata lo importante es compartir.
Otros jóvenes del mismo barrio describen en directo lo que suponen sus vidas, con detalle inoportuno de lugares, sensaciones y canciones.
No suele ser bien visto el no formar parte de la estratagema del lugar.
Se acompañan como pueden, en un todo completo a la nada.
Los vecinos mayores no entienden bien que pasa y para no ser menos recuerdan cuando llegó a sus manos el primer televisor color en un viejo fraude memorioso.
Lo bueno de esta ocurrencia, para alegría de sus padres o parejas, es la sensación de lejana cercanía, ya que hoy no necesitan escucharse, y solo algunos necesitan verse.
Forman parte de redes que al parecer unen, por más que en una de las pocas despensas que quedan con vida en el barrio piensen lo contrario.
Para desilusión de los pocos aburridos que quedan, en la zona han desaparecido los metegoles para siempre.
Ya son varios los que en las cercanías de la estación de tren comentaron que han aparecido nuevas y discretas maneras de llamar la atención a él o la prosista que despierte un interés en particular, para espanto de algunos desentendidos.
Los varones ya no necesitan de su afán de seducción y sus mejores ropas para conquistar a esa morocha que tanto los desvela con su foto de perfil, hoy con una buena conexión a Internet y dos o tres artilugios les basta para cortejarla.
Los hay también en una zona cercana a la plaza, que, osados ellos, denotan una seguridad solemne mediante frases atinadas y jocosas, atrayendo la curiosidad de la perseguidora de turno.
En algunos rincones los hay serios e intelectuales, actores del descreimiento, aspirantes al reconomiento inmediato.
Son redes sociales solitarias, donde la expectativa por el primer encuentro de miradas está ausente y solo entra en juego la espera a un nuevo rejunte de palabras, limitadas éstas, para no aburrir al paciente escolta.
Forman vocablos propios del enjambre y disparan ocurrentes sarcasmos al aire, como quien cuenta un chiste oportuno en una reunión semanal de muchachos.
Se siguen pero no se encuentran, se hablan pero no se escuchan.
Y aún así, en constante rebelión a los tiempos que corren y con la certeza de un abrazo, una pareja muere de amor esperando el colectivo.

Vacío



Escenarios. Montones de voces entrecruzadas sin encontrarse entre mesas vacías y soledades.
Completud de un goce abyecto.
Calmantes distractores de ausencias.
Un lugar donde la mirada no busca el brillo de unos ojos.
Un lugar donde se busca lo que no se encuentra.
¿A cuántos silencios estás de gritar?
¿En cuántas ausencias te vas a encontrar?
¿Te vas a encontrar?